Las fechorías de Los Cuatro Invencibles y su par de cómplices pronto fueron conocidas hasta el confín del País de los Cuentos. El último en enterarse fue un faquir que usa una esfera de cristal para conocer el futuro. Las malas noticias hicieron que las hadas, los príncipes azules, las pastoras de cabellos de oro, así como los gigantes, las brujas y las peñas encantadas, sintieran común indignación.
A todo esto, Cri-Crí no estaba en el País de los Cuentos, sino que había retornado a la vida real, para conseguir una patente sobre discos cuadrados, porque los discos redondos ya no son ninguna novedad. Pero hay modos misteriosos de comunicación: cuando Cri-Crí sintió cierto escozor particular en la oreja, que está del otro lado de la otra, presintió que algo inusitado ocurría en su otro mundo. Y, abandonando la idea de los discos cuadrados para que la aprovechara el primer inventor que diera vuelta a la esquina, voló al País de los Cuentos. Poner un pie en él y enterarse de las calamidades acontecidas, fue cosa más breve que un suspiro.
Sólo quedaba un recurso: despedirlos del País de los Cuentos; y así como para hacerlos entrar, Cri-Crí había tocado dulcemente, pára despacharlos ejecutó una cadencia de música modernista. Poe arte de sonido mágico Los Cuatro Invencibles se encontraron de repente ante la puerta de su propia casa y de narices ante su tía Ripia que, automáticamente, les dio una tunda por llegar tarde.
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