Frente a la cárcel, donde estaba preso el Ratón Vaquero, montaba guardia el conejo Juan Blas. Sus grandes orejas se le caían de sueño y apenas tenía fuerzas para sostener una escopeta. Mientras el centinela cabeceaba, Los Cuatro Invencibles y el Abejorro Mostachón cavaron un túnel por atrás de la ratonera. Así fue como, mientras el conejo soñaba golosamente con zanahorias, el Ratón Vaquero se fugó gracias a la ayuda de sus cómplices.
Ya a distancia, la pandilla volvió a las andadas; se pusieron a derribar hongos. Es sabido que en los hongos hacen sus casitas los enanos más pequeños; esa noche, cuando los duendecillos retornaran después de haber trabajado dentro de la montaña, hallarían sus habitaciones destruidas. Los seis vándalos reían a más y mejor, imaginando el estupor de los gnomos. Y en coro destemplado, a voz en cuello, entonaron una horrible canción de piratas cuya letra creo que es así:
tiene que ser el más malo, tuerto, barbudo, panzón y con su pata de palo. Nunca podrá perdonar barcos ni seres vivientes; y ¡si se lava los dientes, lo arrojaremos al mar!"
¡Fea canción! ¡Canto perverso! Los habitantes del País de los Cuentos estaban aterrorizados.
|