Una ves, en el colegio, estaba Cri-Crí arrodillado frente a una pared con toda su atención concentrada en un pequeño agujero. En esa posición fue sorprendido por el director del plantel. Los lentes del profesor despidieron severos destellos. Con voz tan encogida como su postura, Cri-crí dijo: "estoy espiando para ver si sale una araña". El rígido director apretó los labios y siguió clavándole la mirada. Cri-Crí aún tuvo fuerza para balbucear: "Si no sale una araña tal vez se asome otro animalito".
Con manos a la espalda, el profesor era la personificación del mutismo. Su actitud inmóvil alarmaba. Pero en ese selecto plantel, cuyo lema es: "moderación y dientes limpios", se supone que, fuera de la clase, los niños se ocupen en juegos usuales en vez de atisbar agujeros para ver si salen insectos. El director del colegio no pudo contener un comentario despectivo: "¡Conque naturalista en cierne! ¡Hum! Uno de esos don nadie que coleccionan artrópodos. ¡Valiente ocupación comparada con la toga, la industria y la banca!" Y dando un resoplido se alejó. Mucho más habría despreciado a Cri-Crí de haber sabido que éste no tenía ningún interés científico en los animalitos. ¡Espiaba a las arañas porque, cuando caminaban despacio, parece que bailan tango!
Desde chico, Cri-Crí sólo pensó en música y en bailes revueltos con cuentos de hadas. Andando el tiempo se convertiría en soñador profecional. Y, como todos los soñadores, Cri-Crí aborrece el ruido. Cierta vez que andaba triunfando por las provincias, debido a falta de fondos se quedó atorado en la aldea de Tundelatapa, que está muy cerca a otro villorio llamado Tañelotoche. Si se aclara que de una a otra aldea la distancia es de un centenar de pasos con piernas escandinavas, es fácil imaginar qué nochecitas pasó Cri-Crí, amante del silencio. Muy agusto habría puesto un universo entre él y los ruidosos; mas no podía marcharse porque estaba esperando dinero de casa. Fuerza fue amasar paciencia y sufrir como el trasnochado maestro remendón.
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