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La posibilidad de que un barco se llegue a hundir es una idea que le pone la carne de gallina a cualquier pavo, pero como en otras tantas cosas, se exagera.
¡Se exagera!
El fondo del mar es un mundo interesante: En orden perfecto los peces van y vienen a sus negocios. Hay tanta variedad de peces que, para describirlos todos, se necesitarían más volúmenes de los que caben en un estante. Una sola cosa es común a todos los peces; sin excepción son muy limpios. ¡Odian salir del agua! Pero en el fondo del mar existe infinidad de otros animales: Los cefalópodos, los gasterópodos, los lamelibranquios, los crustáceos, los pólipos y los espongiarios (aunque ninguno de ellos sabe que les dicen tan feo los naturalistas).
Hay numerosas leyendas referentes al fondo del mar. Una de ellas asegura que abajo reina el dios Neptuno, un tío nada lampiño que tiene la barba llena de ostras. Más graciosas son las sirenas, mitad pez y mitad mujer, pero nunca salen a la superficie porque la censura las obligaría a usar corpiño. Sea eso cierto o no, lo innegable es que el fondo del mar es muy rico.
Cuando los pescadores arrojan sus redes, suelen recobrarlas repletas de latas de sardinas con una etiqueta que dice "El Cántabro", Antolín Erreconerrechea.
A pesar de las enormes vantajas del mundo submarino, la mayoría prefiere viajar sobre la superficie, sin mojarse. Esa predilección ha existido siempre. Pero gracias a las travesías de nuestros intrépidos antepasados prosperó la humanidad. Los primeros navegantes se arriesgaron a tripular troncos de árbol; troncos que después de ahuecados se convirtieron en canoas. Entre las piraguas y los trasatlánticos la diferencia esencial es el tamaño.
Los largos viajes impulsaron el comercios (se entiende por comercioel acto de vender caro lo que del otro lado del mar es barato). Pero todos los pueblos aprendieron de los otros pueblos; se extendió el uso de las letras y de la mala ortografía. Soló que algunas de esas letras son terriblemente difíciles, según el Burrito.
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