Esther (o Teté, para nombrarla cariñosamente) volvío a hacer un mohín, parando la trompita. Esa controversia musical entre las letras del alfabeto y un baile español le pareció tan ociosa como el recuento de las lentejas que puede contener un plato sopero.
Como seguía lloviendo (y esta vez más), Teté dio rienda suelta a su mal humor. Es extraño que mujercitas tan lindas, se pongan tan feas de repente. ¿Por que?
¡Oh , eso no se explicará jamas!
Cri-Crí había usado todos sus recursos de entretenimiento: figuritas de papel, sombras chinescas, cuentos cien veces repetidos; pero Teté seguía mal encarada.
Si Cri-Crí hubiera sabido algo sobre el color de las telas, el revuelo de los encajes, los fulgores de las joyas, los veinte distintos modos de lucir un moño u otros temas de la moda, quizás habría logrado captar la atencíon de ella; pero, especializado en música sencilla y en fantasía complicada, mal podria opinar Cri-Crí sobre gustos femeninos.
A todo esto, la lluvia arreció y Cri-Crí tuvo que marcharse desafiando la tormenta para ir en ayuda de sus amigos, los insectos, a quienes un aguacero intenso pone en graves aprietos. Las súbitas torrenteras de los campos arrastran a muchos pequeños seres. Había que darse prisa en salvar hormigas, mariposas escarabajos e indefensas arañas patilargas.
La niña Teté quedó sola. Tan triste tenía la figurita, que su aya discurrió invitar a los pequeños vecinos de la casa contigua para que viniesen a jugar con ella.
Esos vecinos, de ruidosa fama en el barrio, se llaman a sí mismos Los Cuatro Invencibles; y por orden de edad sus nombres verdaderos son Roco, Tico, Maco y Paco.
Pues sí, los muchachillos aceptaron ansiosos la invitacíon y acudieron con tal ruido que más parecía que iban entrando en la casa diez caballos y un mulo retozón. Sin la timidez que caracteriza a otros chicos, dieron por conquistada la plaza, y comenzaron una serie de juegos violentos sin hacer caso de Teté que los veía azorada. En menos de diez minutos simularon disparar, cazar, matar.
Derribaron las sillas, destrozaron dos jarrones, se encaramaron a saltar sobre la mesa del comedor. Descubrieron una escoba y, con su largo mango, intentaron hacer añicos cuanta lámpara y cristal quedaban a su alcance.
Los truenos, afuera, parecían eco del escándalo de adentro. Fue preciso hacer regresar a Los cuatro Invencibles a su casa, ¡a rastras y evitando mordiscos y puntapiés!
En la casa de Roco, Tico, Maco Y Paco quizá hasta las cortinas sean de acero bien templado, o Los cuatro Invencibles acabarían por destrozar el mismo polvo.
Cuando regresó Cri-Crí de su expedicíon de salvamento, encontro a Teté, no sólo disgustada, sino aún más mustia y cariacontecida. A esa niña grande ya no le gustan los juegos ni los cuentos; tiene tendencia a permanecer en el balcón, en actidud de otra edad, acechando muy distintos goces.