La más bella flor de oriente
era hija del emperador;
una princesita china
que cantaba como ruiseñor.
Sus ojos de almendrita
le brillaban al cantar,
y los mismos pajaritos
se paraban a escuchar:
¡Qué bonitos los chinitos
cuando bailan en Pekín!
¡Qué bonitos cuando cantan
todititos chin chin chin!
La princesa del oriente
invitó a su palacio real
a todos los niños pobres
que quisieran ir allí a jugar.
Encendieron farolitos
que temblaban al brillar
y comieron con palitos
y volvieron a cantar:
¡Qué bonitos los chinitos
cuando bailan en Pekín!
iQué bonitos cuando cantan
todititos chin chin chin!